Señor juez, me llamo Manuel Oviedo
Barragán, soy hijo de Enrique Oviedo y
Claudia Barragán, hermano de Isaac Oviedo (motivo por el que escribo esta
carta) naturales de Sevilla (capital), de la zona del Polígono Norte. Nací en
una familia muy humilde, dónde Enrique (que así lo llamaba porque no lo
consideraba como un padre) es técnico reparador de coches, aunque no siempre
estaba trabajando, a veces se pasaba horas en el bar cercano a casa cuando
volvía de estar con los que se suponía que eran sus amigos de copas, llegaba
tambaleándose, alzando la voz y exigiendo quehaceres como la comida. Mi madre se
dedicaba al cuidado de la casa, en ocasiones cuando encontraba alguna casa que
limpiar y cuidar a otras familias gozábamos de algunos alimentos más sabrosos. Nunca
la escuché quejarse de nada, cuando mi madre veía llegar a Enrique en esas
condiciones tan lamentables, nos enviaba a la cama incluso sin haber comido,
nos daba un trozo de pan con un vaso de leche, nos hacia el gesto de callar, entonces
sabía que aunque escuchara estruendos de objetos rotos después de haber sido
lanzados, tenía que permanecer en mi habitación, a veces cuando me entraba
miedo abría la puerta para ir con mi hermano, para poder sentir el roce del
calor familiar. Yo era un chico normal,
de estatura media y delgado; tenía los ojos algo pequeños de color marrón
oscuro; el pelo era corto y oscuro, poco cuidado. No era muy astuto, pero
podría ganarme la vida como fuera, era humilde y tratar con la gente se me daba
bien.
Cuando yo nací, mi hermano tenía cinco años de vida. Al
principio él se encargaba de atenderme cuando lloraba por los gritos y golpes
que hacían despertarme sobresaltado. No lo entendía, pero tengo que decir que
ya era costumbre sentir a mi hermano protegiéndome de toda esa mierda que nos
rodeaba. A lo largo de los años, cuando estaba en el colegio, solía hacer
novillos con mis compañeros de clases e ir a divertirnos, pocas veces se
enteraban y cuando Enrique lo descubría me daba una buena paliza. A pesar de
esto yo seguía haciendo novillos.
A medida que me iba haciendo mayor, mi hermano se fue
separando de mí y de mi familia, comenzando a juntarse con personas delictivas
que consumían drogas, cambiando su carácter volviéndose agresivo e
independiente.
Al tener 15 años, como de costumbre, me dirigía hacía mi casa
después del instituto y al llegar allí mi madre se encontraba muy seria sentada
en el sofá.
-Hola cariño, -me saludó con un beso en la mejilla- ¿Qué tal
las clases?
-¡Hola mamá! Bien. ¿Qué ha pasado? Estás muy seria.
–respondí-
-Verás cariño, siéntate que tenemos que hablar.
Yo me dirigí al sofá y me acomodé, mi madre me explicaba que
la familia estaba pasando por un mal momento económico, nos costaba mantener la
casa y apenas había para comer. Ella me decía que habló con Enrique de la
situación y habían decidido que sería mejor que yo trabajara en casa de una
anciana cuidándola a cambio de un hogar y comida. Yo no quise en un principio,
pero ella me explicó que sería mejor para mí al estar más alejado de Enrique y
no llegar a la situación de mi hermano.
-¿Ocurre algo con Isaac? –pregunté-
-Tu hermano ha cometido un delito: robó un coche, -respondió-
la policía lo está buscando.
Estuve pensando la idea de ir a trabajar, que me conllevaría
cambiar de instituto. La zona me ayudaría a alejarme del mal ambiente en el que
vivía.
A la semana siguiente comencé a hacer la maleta con mi madre
para dirigirnos a conocer mi nuevo hogar, situado en Los Remedios. Al llegar vi una casa muy lujosa, tenía un
jardín muy grande con muchas flores y a la derecha se encontraba una piscina
amplia y limpia. Llamamos al timbre, nos recibió un hombre elegante que nos
invitó a pasar a donde se encontraba la dueña de la casa.
-Hola Palmira, este es el hijo del que le hablé, -saludó- que
le servirá a usted para cuidarle, confío en que sepa ayudarle en las tareas que
necesite.
Palmira me observó de arriba abajo, pidiéndole al señor que
nos había recibido que me acompañara a la cocina para comer algo. Así mi madre
y Palmira podrían tratar lo más conveniente para mí. Al terminar de hablar, mi madre
se acercó a mí y me dijo:
-Hijo, ya sé que no me verás tan a menudo, pero quiero que
sepas que yo me acordaré de ti todos los días. –me abrazó fuerte y se fue-
A partir de ese día estuve intentando adaptarme a mi nueva
vida, a veces me sentía solo, a veces me sentía mejor persona. Comencé a ir a
mi nuevo colegio, donde me encontré un poco pequeño entre gente desconocida,
pero a medida que fue pasando el tiempo me fui adaptando, lo que ocurrió Sr.
Juez, que entre que me acostumbraba y no, mi interior estaba en una furia tal
que sólo pensaba en como poder irme lejos, para ello tracé un plan. Pensé en
conseguir dinero para sacarme un billete y buscar a mi hermano que estaba en
esos momentos metido en un ambiente que no le deparaba nada bueno, así podría
ayudarle como él lo hizo conmigo cuando era pequeño.
Un día, al pasar por el pasillo vi que la puerta de la
habitación de Palmira estaba abierta, fue más mi curiosidad de saber cómo era
por dentro lo que hizo que entrara, observé todo. Tenía una cama amplia y en el
centro de la habitación, a cada lado de la cama se encontraba dos mesitas de
noche, en la de la derecha había una foto suya con su marido, y en la otra
mesilla una caja de madera bastante bonita, donde estaban sus joyas. Ella había
sido muy buena conmigo, indicándome como tenía que hacer las tareas, cuando las
hacía mal, me corregía y no me ganaba una bronca como hubiera sido en mi casa,
me dio cariño, me preparaba para ser una gran persona. En aquel momento yo no
apreciaba los gestos de Palmira, era más mi furia interna la que me hizo coger
aquel broche de oro de aquella caja que podría vender para ayudar a mi hermano.
Ahora me doy cuenta, que estaba desperdiciando una
oportunidad única, que mi madre había visto desde un principio, que ahora llora
por lo que he hecho, sabiendo que he podido perder la única oportunidad que
tengo de rehacer mi vida, por eso pido perdón, aunque a mi Señora ya se lo he
pedido y está dispuesta a darme una oportunidad más que yo sabré aprovecharla.
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